Hace poco encontré mi cueva física, la supuesta libertad asociada con tu propio espacio no ha llegado aún. Todavía me preocupan los acomodos y la comida, la limpieza y el ruido, el vacío y la perdida de metros cuadrados.
Quiero "dos meses después", quiero tener el nido construido y sentarme a empollar ideas. Tengo espacio para quebrar el huevo metafórico de mi cabeza y dejar que las ideas se escurran por el espacio hasta que se frían en objetos.
Quiero "dos meses después", quiero tener el nido construido y sentarme a empollar ideas. Tengo espacio para quebrar el huevo metafórico de mi cabeza y dejar que las ideas se escurran por el espacio hasta que se frían en objetos.
Pero sigo siendo de los que esperan, soy un eterno pasajero sentado en el andén por que las condiciones perfectas no se cumplen y el tren nunca va a mi destino exacto. Y por eso la rutina apela y atonta más, por que estoy empezando a entender que la perfección no existe, que los días son tiempo y los segundos se digieren y desaparecen en el estómago de la memoria; no hay bolo mental, ni desperdicio resultante, es una perfecta conversión en marcas de la piel, un simple registro que se desvanece mientras se construye.