Volver a los diecisiete.

Diecisiete. Volver a los diecisiete. Volver a sentir profundo. Sueño con serpientes, con serpientes de mar. 

Velos transparentes vuelan sobre un agua púrpura que se mueve cadenciosa, un pequeño barco en un trasplano se alza sobre una ola, popa al viento. En la profundidad se mueve la serpiente, navegando corrientes mansas avanza en perpendicular a ti que observas desde un punto imposible. Vez el corte del horizonte húmedo y con las lágrimas azul marino muriendo en tus pómulos y tu barbilla en las rodillas, sientes la verdadera soledad de crecer. Te das cuenta que no eres una persona, eres Una Persona. En singular, en particular, en reclusión por tus diferencias, no eres parte de nada, vives en ese mar púrpura donde todos son partículas de agua y tu un barco que hinca su proa, intentando hacer que algunas gotas aborden tu isla finita de tablillas de madera verde. Pero las medias esferas de agua siempre se evaporan.  

Flujo de conciencia FDC De destruirse.

Cada que los días pasan en mi calendario, sueño que la vida se va a terminar cuando la última hora se presente como un inicio real. Cuando los muertos sean recordados a la perfección la resurrección será posible, no puede ser un barco en alta mar el que calcule el horizonte. El espectador tiene que estar en una plataforma con cimientos en el vacío, en la nada esclarecedora, en el objetivismo absoluto y que defina como ley. Esa deidad, habitando su panóptico y de comprensión instantánea se reconoce imparcial y se acepta como unidad y su plataforma se derrumba... los ángeles caídos.

De alterar e inventar.

A veces me siento orgulloso de la facilidad con la que construyo mentiras. No son mentiras estéticas, son más bien pragmáticas. Las falsas excusas son las que menos pondría en mi C.V. de A.I.H. (Alterador e Inventor de Hechos); pero los diálogos espontáneos, en los que se cobijan los cimientos de Verdad con varias sábanas de espejos y humo son los que brillan más en mi mente. La mayoría de las veces no son fabricaciones premeditadas, pero hay ocasiones en las que tampoco se razonan y solo a posteriori descubro las pepitas que colorean el sabor de mis relatos y me doy cuenta que también me miento... y me lo creo.


De auto-mutilarse.

Va siendo tarde para reaccionar. El día de hoy, nunca me satisfízo. El día de mañana, siempre me llenó de ansias. El día de ayer es el que más me ocupa. ¿Por qué? Por que soy el niño arrancando alas a la catarina, el niño armado con la lupa y el sol contra la hormiga. Pero más importante, no hay día que no sea, más que el niño, el insecto.

Escribir este cuento.

Escuché una canción vieja de Juanes... Yo sé, yo sé... escucho los engranes mentales que te gritan "¡ignominia!" y desaprueban que sigas leyendo. No importa, me gusta esa canción, me da una imágen muy específica. Tomé esa fotografía y le hize un pequeño cuento.

Guardián-

Antes de entrar prendo un cigarro. Lo fumo con la cabeza gacha para que el humo trabaje en mis ojos. El ardor me nubla la vista, pero es lo que quiero, una fina capa acuosa en mis pupilas, un leve color rosado que visto desde cerca se revela como cientos de vasos sanguíneos expuestos.

Armado con mi falsa tarde de llanto en los ojos, entro a las capillas. Negro por todas partes; un olor a flores concentrado se mezcla con el almizcle de dolientes durmiendo sentados. El lago oscuro de gente no se inmuta con el intruso, el dolor y el morbo me protegen por un momento, hasta que el rebaño sediento de conversación renovada se da cuenta de la fragancia recién añadida a los vapores que se maridan en el techo y que bajan con el aire acondicionado. Varias miradas de rojos verdaderos buscan en mi cara un consuelo nuevo que no puedo entregar, simplemente, por que soy ajeno al grupo, no los conozco. No he visto a ninguna de estas personas en mi vida salvo una, el maniquí detrás del vidrio que modela la ausencia espiritual transformada en negros en la ropa, rojo en los ojos y cansancio en el maquillaje. Una moda de siglos en estos eventos.

Yo solo vengo a una cosa y me muevo sigiloso entre las sillas ocupadas. Veo la que, seguramente, es la madre resignada con una mujer más joven de sollozos incontrolables, hermana o esposa, ¿qué importa? Les paso cerca y no dejo de sentir casi al mismo tiempo ambos polos sentimentales de remordimiento y felicidad, como un péndulo metafísico que aparece y desaparece.

Ahí está la caja negra con herrajes plateados, el banquillo para hincarse es de vinil tinto intenso. Sigo adelante; internándome en la tierra de nadie que es la antesala del féretro, nadie me pregunta quien soy, nadie me reclama las lágrimas. Sin verlo, hundo las rodillas en el cojincillo del reclinatorio. Fingo las manos del que reza y mis dedos aparecen en dos líneas paralelas de montículos desgarrados por la intensidad del odio. Subo los ojos y lo veo, un maquillaje de muñeco de porcelana le cambia el rostro. Eso más que nada me da coraje; nadie puede ver las marcas de mis nudillos en sus pómulos reconstruidos, no se ven los vacíos que esculpí debajo de sus labios pintados. Entiendo que el tajo en el vientre se esconda entre la mortaja de gala, pero, mis huellas en su cara? Mis marcas de acuarela púrpura en su garganta donde están?

Después de un momento de fotos mentales, la capa de polvos rosados me convence de la ausencia de vida. Me levanto y mientras salgo sin parsimonia y sin duelo me formo la imágen de esta noche: mi hija acurrucada en mi regazo y yo le canto bajito "Esta noche te prometo que no vendrán, ni dragones ni fantasmas a molestar, hasta que tus ojos vuelvas a abrir. Duérmete mi amor que aquí estaré yo". Las pupilas acuosas son sinceras y la vigilia verdadera.