Sopor solsticio Sumatra. Un giro inesperado en el aliento almendrado de la suciedad de abajo. Crío de un semejante ejemplar que manipula los sentidos. Un diáfano final de olor, un revés en el trazo de la tilde y punto. Alimento idolatrado por algunos, un grato sentir de la perla que con su color no hace honor a su nombre. Dibujo de un niño pequeño, pintura roja sobre un enorme papel blanco. Hojas de más, hojas de encino secas, pero hermosamente crujientes. Creativos pensamientos, tortuosas dibujantes que se borran en mi memoria. Mujeres que hilan tapetes a mano en una vieja casona garciamarquezca, que se ilumina con una luz amarillenta que pinta todo de antiguo, de reverencia, de un perfume vetusto que penetra el ambiente y perdura a la vista, por encima de todo. Miscariote que se enoja con el sonido emocionante de la caída de cristal, un súbito estruendo que te crispa la espalda, que te toma las corvas por sorpresa. Eludible hasta las cachas: un señor sentado al lado de una puerta en una silla de mimbre y madera tallada a mano, autóctono del polvo, de las paredes blancas y sombreros chuecos; un sentimiento ámbar, una sensación de caminar en una gelatina muy ligera, en una gelatina de naranja rebajada con aire caliente que levanta una pequeña nube beige que te ataca con su finura, que se inunda de tus vapores y se va y se queda, que refresca y te incomoda, que te ensucia y te iguala al escenario que transitas.
Tengo que aceptar donde camino
Hace 9 años